Empieza por el final.
Si eres capaz de poner por escrito la situación final, es que ya tienes claro todo lo que necesitabas.
Si no, quizá intentas comunicar otra cosa, que no está organizada como historia, o bien debes apartarla durante un tiempo y ver si realmente necesitabas escribir ese algo, es decir, si ese algo existe (aunque sólo sea en tu imaginación), o si está incompleto.
Digamos que una historia es lo contrario de un puzzle.
Todos sabemos que, con probar piezas y con tiempo, acabaremos el puzzle, porque sabemos qué forma tiene, y el número de piezas. Sólo hace falta paciencia.
Sin embargo, hay historias que nunca se escriben, quedan ahí. Porque lo difícil de la historia es saber cómo acaba y qué pasos llevan a ese final.
J.R.R. Tolkien escribió sabiendo que Frodo tenía que llevar el Anillo al monte del destino.
Así, sabía cómo terminaba la historia.
Luego escribió sobre la Comarca, luego sobre Mordor, y luego lo que hay "entre medio".
Quizá fue tan metódico que devaluó la historia que contaba.
A veces, te confieso que he contado historias a la gente, y el mero hecho de ponerlas verbalmente en la conversación ya hizo que se me quitaran las ganas de escribirlas (y escribí muchas).
En cambio, otras siguen ahí en un cajón, atascadas, porque realmente no sé lo que quieren decir, o no quiero decirlo.
Las restantes cincuenta volaron como si de un relámpago se tratase: agarré la idea y la escribí entera, hasta que no quedó nada que diferenciara lo que puse por escrito y lo que había concebido para el público.
No obstante, el escritor o la escritora tienen experiencias únicas puesto que sólo ellos o ellas saben qué está ocurriendo mientras "escriben" (o piensan en que escriben).
Prueba a leer a Juan José Millás, "Articuentos".
Un saludo!